24 de junio de 2008

Un Drexler muy cuate

(David Aguilar, “Grabadora Portátil) La primera impresión que se tiene cuando se escucha a David Aguilar es la de haberse equivocado al leer que se trata de un músico mexicano, y que en realidad se trata de un uruguayo.

Es que si tuviéramos que buscar algún familiar dentro de la música para Aguilar, los primeros que vendrían a nuestra cabeza serian Jorge Drexler y, en menor medida, Fernando Cabrera.

La historia de este chico de Sinaloa es similar a la de muchos otros cantautores hispanohablantes. Empezó haciendo música de protesta, en discos como “Frágil”, “Eco” o “Fotorolas” y poco a poco fue desplazando su campo de acción. Ya en su anterior trabajo, “Tornazul” la protesta habia quedado totalmente relegada a algún verso aislado, en alguna canción perdida del disco.

Antes de escuchar a David Aguilar, quien quiera conocerlo, debe hacerse a la idea de que no se trata de un músico de primera oída. No es uno de esos compositores que enamoran en el primer contacto. De hecho, la primera aproximación puede ser bastante desagradable -dependiendo de la canción que se elija- ya que su voz en general, y su forma de cantar en particular son como mínimo molestas. La voz es una especie de correcaminos o corneta bastante irritante, y su estilo desprende un fuerte tufo a Silvio Rodríguez que cualquier persona en posesión de un oído sabrá repudiar.
Pero una vez que se supera este impacto y uno deja de escuchar la voz y empieza a escuchar las letras el panorama cambia por completo. Sale a flote una poesía muy bien trabajada, aunque peligrosamente lindera a la cursilería en determinados momentos, pero siempre en un nivel compositivo donde hay una propuesta.

Juegos de palabras, "poetización" de cosas cotidianas y metáforas originales son todas armas que Aguilar explota en casi todos los casos con cien por ciento de efectividad. Sin dar la impresión de ser pretencioso, sino la de una extrema simpleza, como si estuviera jugando.

Esa virtud estalla especialmente en canciones como "Casa sola", donde cuenta una separacion describiendo las diferentes partes de su casa, deslizando frases como: “un cuarto frio y sin dolor/ que un rincón del techo heria/ a un tragaluz que se quemo /sobre la puerta carcomida”; tambien en "De largo vi pasar tus dedos", con un tono mas pop, con una lirica mas simple, algo melosa pero indudablemente bonita; o "El tragafuego" (aunque su melodía es una verdadera amenaza) que describe el momento en el que abre el semáforo y el tragafuegos por fin puede descansar, bombardeando con metáforas que vuelven ese hecho trivial, todo un acontecimiento.
Musicalmente, alcanzaría en cierta forma con decir que es un "Drexler mexicano", al menos para los temas mas agradables. La distancia que toma con el uruguayo se encuentra en otras canciones con un ritmo mas acelerado, casi pop. También se diferencian, al menos con el ultimo Drexler, en la instrumentación. Aguilar en todos sus trabajos se acompaña solamente con las cuerdas de su guitarra, a excepción de algún silbido aislado y algún que otro golpecito en la caja de la misma a modo de percusión.

La particularidad de “Grabadora Portátil”, en ese sentido, es que opto por un sonido extremadamente low-fi, lo cual no se entiende demasiado, mas alla de interpretarlo como un intento de parecer mas independiente incluso de lo que ya es.

En definitiva, para los " no iniciados" en este músico Azteca se recomienda acercarse primero a las canciones relajadas, las baladitas tranquilas con letras acarameladas. Solo después de haberse acostumbrado a su particular manera de cantar comenzar a explotar las otras opciones. Si no uno queda espantado por ese detalle y no llega a apreciar las letras, que son sin duda la mejor virtud de Aguilar.

11 de junio de 2008

El tsunami llegó hasta aquí!



Cerati después del Actors Studio.

7 de junio de 2008

De Nueva York a Buenos Aires....



Esta semana, las chicas de De Filias y Fobias brindamos con cosmopolitan.

2 de junio de 2008

Con el futuro en los talones

(Con la muerte en los talones. Alfred Hitchcock) Cary Grant está apurado, sale de su oficina y le roba el taxi a una pareja que está por subir. Esta pequeña mala acción le hace llegar unos minutos más temprano a su cita, su vida se adelanta unos instantes y ya nada será igual. Alguien lo confunde con quien no es y desde ese momento pasa a ser el blanco móvil de policías y malhechores. Ni siquiera su madre le cree que no tiene nada que ver con quienes lo persiguen. Tiene que escapar, no sabe de bien de qué o de quién… si hubiera sido considerado con el prójimo, se habría ahorrado muchos disgustos el pobre Cary.

Con esta sentencia moral de bajo vuelo, casi con un chiste, empieza “Con la muerte en los talones”, la película más caprichosa de Alfred Hitchcock.

En 1949 faltaban muchas cosas que decir en el cine, y Hitchcock estaba dispuesto a descubrir cuáles eran para gritárselas a todo el mundo.

Una de ellas es que una película no necesita de una historia sólida y totalmente cerrada para ser interesante y entretenida. “Con la muerte en los talones” es una sucesión de pequeñas aventuras que el protagonista va viviendo y que de ninguna se justifica por el argumento o por la verosimilitud.

Por ejemplo, Cary Grant se encuentra con la heroína (Eva Marie Sant), una señorita fría y calculadora de quien no se sabe si lo quiere ver muerto o vivo y que lo manda al medio de la nada a encontrarse con, tampoco queda bien claro, quien. Entonces Cary va a una ruta y mientras espera viene a intentar asesinarlo un avión fumigador. El método de exterminio es por lo menos insólito. No le tira veneno y lo ahoga, sino que quiere desnucarlo a vuelo rasante!!. La escena es disparatada, pero durante nueve minutos le creemos a Hitchcock que el avión tiene posibilidades de cometer el asesinato, y suspiramos aliviados cuando el aparato se estrella contra un camión que pasa por casualidad.

Y así sigue, capricho tras capricho de director, el pobre protagonista en su derrotero: se pasea por una subasta, se cuelga de la montaña de los bustos presidenciales yankies, hasta que finalmente encuentra el sosiego que le devuelve su identidad de una forma tan absurda como la perdió.

Pasaron las décadas y el cine encontró nuevas formas de contar historias, pero en los años 50, Hitchcock, en “Con la muerte en los talones” ya nos daba una oportunidad de espiar lo que estaba por venir.