28 de marzo de 2008

Uno, dos, tres, catorce...


Déjà Vu 3D

16 de marzo de 2008

Elogio a la paciencia

("No country for old man" Ethan y Joel Coen) En “Sin lugar para los débiles” no importa lo que pase, siempre triunfa el Mal, y no vale la pena apurarse para descubrir lo terrible que fatalmente va a suceder. Por eso, la historia simple de la persecución de una valija mal habida, toma su tiempo en desarrollarse y pide al espectador paciencia y templanza para disfrutar como se cuentan las malas noticias que vendrán.

Bajo esta consigna fatalista, el suspenso que atraviesa la película cobra otra dimensión: todo se transforma en una espera de la desgracia que causa nervios solo porque se sabe que no hay posibilidad de salvación ante el peligro.

¿Pero, por qué tenemos que entregarnos a esta exhibición de pesimismo? ¿Que hay entre el momento en que nos sentamos en la butaca y el inevitable final infeliz?

En medio están los Hermanos Coen con sus imágenes fantásticas, con sus cámaras siempre puestas en el lugar menos pensado y con el humor incorrecto del que se ríe donde no debería haber chiste.

Está Javier Bardem, con su cara de piedra y su peluca imposible, suerte de Terminador del lejano oeste, que mata porque le place y persigue sin fatiga a un incauto que le robó dinero. Y también está su contrafigura, Tommy Lee Jones, el sheriff de rostro sufriente, que se lamenta porque los viejos tiempos eran malos, pero estos son peores.

El film no tiene música porque no la necesita, la fotografía llena la pantalla y los diálogos cuentan con la sonoridad necesaria para entretener y mantener atento al que los escucha. Los Coen se toman su tiempo para contar bellamente lo feo, siempre al borde de desbarrancar en lo exagerado.

El que espera desespera, dice el refrán, y en este caso no es así, quienes decidan atravesar el camino que propone “Sin lugar para los débiles” serán premiados con una buena película y sabrán que la vida es injusta, pero por lo menos, puede pasarsela bien mientras se transita.

13 de marzo de 2008

Todos al diván

(In treatment, Rodrigo García, HBO) Nada de salvar al mundo en 24 horas ni de descubrir los tremendos secretos de una isla en el culo del planeta. Una nueva serie de HBO nos encierra entre las cuatro paredes del consultorio de un psiquiatra para espiar cual moscas sus sesiones.

Frente a tanta superproducción vertiginosa, In Treatment renuncia a los fuegos artificiales y ofrece diariamente 30 minutos de, casi se podría decir, una obra de teatro. La propuesta es sencilla: un mismo “loco” para cada día de la semana y, el quinto, la sesión de análisis del profesional con su propia terapeuta.

En In Treatment, la palabra llega al poder y los actores son más que nada narradores. Durante las sesiones, cada paciente nos va revelando como un rompecabezas su historia. Apelan a la herramienta, a veces tramposa, del discurso: sabemos que cuando se trata de la propia vida, nadie cuenta todo, y el cristal con que se mira empaña los sucesos. La fórmula elegida es exigente con el espectador. Quien quiera disfrutarla debe ser fiel y atento: todos los días evoluciona el relato, cada reacción de los personajes es importante, y los muy tramposos no siempre cuentan la verdad.

Por último, las garantías de calidad: los guiones y la dirección están a cargo de Rodrigo García Márquez, el hijo del escritor. Por otro lado, nuestro anfitrión, el psiquiatra, es el elegante Gabriel Byrne, dueño de los silencios más expresivos vistos alguna vez en la televisión.

Todo está dado para rendirse ante In Treatment y crear otra malsana adicción que deberemos a su vez tratar, sin cámaras delante esta vez, con nuestro propio analista.

Jarvis en Buenos Aires


12 de marzo, un día de buena suerte



9 de marzo de 2008

Canción del mientras tanto




En tanto se actualiza este blog, invitamos a nuestros lectores a que disfruten de este video. Al son de esta hermosa canción, el antiguo guitarrista de Pulp acompaña a un nostálgico Elvis de la tercera edad. Señores, con ustedes, Valentine de Richard Hawley.

1 de marzo de 2008

Corazón con agujeritos

(Derrumbe. Daniel Guebel. Editorial Mondadori) La propia historia como material literario, terreno peligroso si los hay. A todo el mundo le gusta hablar de sí mismo, pero cuidado!: para que la confesión merezca un libro hay que tener algo trascendente para contar o, al menos, conseguir que la forma de hacerlo lo vuelva interesante.
A ninguna de estas metas llegó Daniel Guebel con su libro Derrumbe, la novela que narra la cuesta abajo afectiva a la que lo empujó su separación.

El primer problema que encontramos es de clasificación: esta novela alcanza a la categoría de tal solamente por el grosor de libro que logró imprimir Mondadori a fuerza de doble espacio y letra gigante. Posiblemente Guebel haya elegido el formato de novela porque su historia no tiene ni siquiera la fuerza dramática para sostener un cuento. Ni siquiera las anécdotas que intercala en la narración- en forma de recuerdos de los personajes- solucionan el problema y dan la sensación de estar leyendo un Frankestein de órganos separados que apenas puede caminar. Las pequeñas apostillas, salvo algunas excepciones, son bastante insulsas, y el paralelo con las reflexiones personales del protagonista es tan obvio que el parche queda al descubierto y deja la desazón de pasar los renglones sin haber avanzado nada en la historia

En estos días otros escritores compatriotas y contemporáneos a Guebel se sumaron a la moda autobiográfica, pero la abordaron con un planteo distinto. Los últimos libros de Alan Pauls y Juan Forn cuentan experiencias personales, con la pretensión- que en cada caso se podrá juzgar si resultó exitosa o no- de contar desde la propia intimidad la historia argentina. Una suerte de narrar la generalidad desde lo particular. En cambio, Guebel decidió lo contrario, Derrumbe es un mero ejercicio de ego, y en la descripción de su yo también falla.

El antihéroe de la historia debería caernos simpático: no resultaría nada difícil mirarnos en su espejo, porque a todos nos dejaron alguna vez. Pero el derrumbado Guebel cuenta su cuento desde una modestia tan falsa que sólo puede irritar al lector y hacerle pensar que se merece todo lo que le estuvo pasando y que decidió hacernos leer.

En un pretendido tono paródico, Guebel se define como un genio incomprendido, con una vida inevitablemente orientada hacia el fracaso. Sin embargo, aunque expresamente se ríe de esa postura y se pega latigazos, la descripción que hace del resto de los personajes que lo rodean deja entrever que verdaderamente el autor se cree superior a su entorno. Su familia adoptiva es boba y despreciable, sus amigos son una ruina de personas, las mujeres se enamoran fatalmente de él aunque haga todo lo posible para boicotear sus relaciones. En resumen, la identificación personal naufraga con la soberbia: la ironía en sus letras no es ni siquiera divertida y revela un sentimiento de superioridad antipático. Aunque viva situaciones análogas, nadie se siente solidario con quien cuenta su drama describiendo a los demás subido a un banquito.

En definitiva, poco tenemos que hacer los lectores con Derrumbe, una obra, que con menos pretensiones, debería estar destinada al círculo íntimo del escritor verdaderamente preocupado por sus altibajos emotivos. Pero nosotros, los terceros, somos de palo, así que Guebel, como dice la conocida filosofa contemporánea: “si querés llorar, llorá”, pero a nosotros no nos llores encima.