28 de diciembre de 2009

Memorias del 24º Festival de Mar del Plata (tarde pero llega)

No siempre es más verde el pasto del vecino

Humpday, Lynn Shelton (2009). El planteo es sencillo: dos amigos de la universidad vuelven a encontrarse después de muchos años, uno eligió el camino burgués y sentó cabeza, tiene casa, esposa y trabajo estable y está estudiando la forma de convertir su oficina en cuarto de niños; el otro viaja por el mundo persiguiendo difusos proyectos artísticos, escuchando Manu Chao, sin afeitarse y bañándose bastante. Los hombres se quieren, son amigos, casi hermanos. Cuando ve a Andrew tocar a madrugada el timbre de la estable casa de Ben en Seattle uno está tentado de apostar cuál va a ser el planteo de la pelicula. Pero esta inteligente comedia de Lynn Shelton despacha en dos diálogos lo que podía esperarse de este choque de cosmovisiones y vuelve a subir la apuesta cuando nos muestra cómo los dos amigos planean, durante una charla de borrachos en un fiesta ligeramente descontrolada, rodar la primera película porno gay hecha por heteros. Ajá , dice el espectador avezado, es una de machos amenazados en su integridad sexual, o, en el mejor de los casos, es una de pluralidad y tolerancia. Pero, otra vez, cuando los lugares comunes que esperábamos encontrar se agotan, descubrimos que la historia que se quiere contar es un poco diferente.

Sí, es verdad que la película habla sobre la identidad, pero no la sexual; habla sobre el deseo pero no sobre qué tipo personas quiere uno tener en la cama. Porque el proyecto de la porno no se desvanece, como era lógico, a la luz del alba y la sobriedad, sino que se convierte en algo así como una apuesta que enfreta a los amigos ante la necesidad de demostrarse mutuamente cuán mente abierta son. El burgués siente que necesita mostrarle a su amigo que su matrimonio no es un grillete (aun cuando todo parece indicar que en realidad no lo es) y el hippie que está a la altura del personaje que representa y las fantasias que encarna. Pero la realidad, más allá de la puja de estos hombres en los 30 temerosos de no ser lo que se espera de ellos, es que ninguno de los dos tiene ninguna necesidad de experimentar nada diferente de lo que experimenta cada día. Ambos están felices con el curso que llevan sus vidas. Solamente ante la mirada del otro (y fundamentalmente de ese otro de quien la opinión importa) las elecciones tomadas en la vida parecen necesitar justificación.


La historia está contada con infinidad de detalles astutos y excelentes diálogos que se sostienen con buenas actuaciones. Sin costumbrismo y con inteligencia, va construyéndose esta buddy movie que muestra un ojo atento y una fina sensibilidad para captar códigos de circulación del misterioso "entre nos" masculino. Algo recuerda en su punto de vista a otras comedias masculinas como Hi fidelity de Stephen Frears, pero el hecho de que en este caso la directora (y también guionista) sea una mujer le agrega un mérito extra.

Alguien dijo alguna vez que el deseo se define por la ausencia, por lo que no se tiene. Esta pelicula viene a demostrarnos lo opuesto a esta máxima. En Humpday, nadie desea algo distinto de lo que tiene y, para sorpresa del espectador inquieto, queda demostrado que eso es lo más osado. Sólo en la mirada del otro está el infierno.

6 de diciembre de 2009

Todos estos años de gente

("Las bandas eternas", Spinetta en Velez, 04-12-09) Con la promesa de un reencuentro con las grandes bandas de Spinetta, 30.000 personas nos congregamos en el estadio de Vélez la noche del viernes. Mucha gente, y muchos tipos de gente: desde adolescentes criados bajo la tutela de “La Mega”, hasta hippies veteranos de la primera hora de Almendra, pasando por jóvenes pseudoignorantes de la obra del Flaco y emuladores de Alfredo Rosso, que se deleitaban al narrar los pormenores de cada una de las agrupaciones. Todos esos años de gente, en el mismo campo, en las mismas plateas, esperando lo mismo.

Pero el evento no se limitó a lo prometido. Lo que a priori iba a ser un repaso por su carrera, terminó siendo una especie de revisión de todo el rock nacional según Spinetta. Canciones de Tanguito, de Manal, de Miguel Abuelo, de Pappo, de Charly García, de Soda Stereo, entre muchas otras. Quizás porque el recital no alcanzaba para tocar composiciones de todos los músicos, algunos de ellos simplemente subieron al escenario para acompañar al Flaco. Cerati, Charly, Mollo, Fito Páez y Juanse, se sumaron a la decena de invitados que rotaron para acompañar a Spinetta en el repaso de su carrera.

Fue una noche larga (larguísima), que como toda obra larga tuvo sus altibajos, y lejos de lo que cabría esperarse, no empezó con todo. De hecho, los primeros minutos resultaron bastante fríos. El Flaco eligió subir al escenario sin ningún instrumento, solo con una lista de grandes ausentes que fue leída más que pacientemente.

Pero no fue sólo eso lo que generó la frialdad. Las primeras canciones del show resultaron ser las últimas de su carrera. Miles de personas entusiasmadas con oír viejos clásicos, tuvieron que conformarse con empezar oyendo algunas de las muy bellas, pero somníferas, nuevas composiciones del Flaco.

Pero cuando en el campo empezaban a multiplicarse los casos de gente sentándose, vencidos por el poder sedante de Spinetta, hizo acto de presencia el primer invitado tribunero de la noche: Fito Páez. Con él, hizo Las cosas tienen movimiento, del rosarino, y Asilo en tu corazón, de La, la, la (quizás el mejor disco de Fito, gracias a la compañía de Spinetta) que lograron despertar la libido de la gente.

A partir de ese momento la noche tuvo momentos irregulares, pero siempre en un in crescendo de intensidad. Con puntos realmente altos de emoción como cuando una versión spinettiana de Filosofía barata y zapatos de goma prologó la presencia de Charly García, con quien tocó, obviamente, Rezo por vos. O como cuando Cerati acompañó al Flaco para versionar Te para tres de Soda Stereo, y Bajan del disco Artaud.

Cuando el público ya estaba totalmente entregado, Spinetta sorprendió anunciando un descanso. Hay que admitir que era necesario, ya que para ese momento de la noche llevaba dos horas y media ininterrumpidas de show. Para el regreso se prometía lo mejor, el reencuentro de las “bandas eternas” Invisible (logrando el clímax con Durazno sangrando). Con el rock duro de Pescado Rabioso, Spinetta demostró que aún le queda sangre en las venas como para rockear canciones como Me gusta ese tajo o Post-crucifixión. Y para el final, el set hippie nostálgico de Almendra. Para ser justos habría que decir que fue la banda que peor sonó dentro de la excelencia de la noche. Pero esto se vio compensado por la emotividad del encuentro y el momento casi ritual en el que aproximándose en una ronda, el Flaco le dedicó a su madre Muchacha ojos de papel.

Spinetta volvió a aparecer, casi jugando con la paciencia de sus cansados seguidores. “¿Tienen sueño? Hubieran ido a ver a AC/DC?”, bromeó, pronunciado el nombre de la banda en una perfecta españolización. Esta vez estaba acompañado por los familiares de los chicos de la tragedia de Ecos. Con ellos y Mollo, tocó la canción que especialmente compusieron con Gieco para apoyarlos.

Por último, y para premiar la paciencia del público luego de cinco horas de recital, finalizó el show con Seguir viviendo sin tu amor y No te alejes tanto de mí (quizás doblemente dedicada a los cobardes que agotados huían de la persistencia de Spinetta, y a los valientes fieles que seguían pidiendo más y más canciones), todo esto bajo la condición de que corearan como nunca.

Y al igual que comenzó el show con un discurso, para el final optó por lo mismo. Esta vez para denunciar lo garcas o poco sutiles que fueron los editores de la Rolling Stone al censurar su intento de apoyo a los familiares de Ecos. Así, en calma, finalizó un show de cinco horas y media, donde se repasaron cuarenta años, no solo de Spinetta, sino de rock nacional.

4 de diciembre de 2009

Imitation of life


(500 days with Summer, Marc Weeb, EEUU. 2008) Si dos personas se enamoran escuchando a The Smiths, el romance no puede otra cosa que estar signado por una dulce amargura. Así se conocen los protagonistas de 500 días con ella y ese punto de encuentro marca el espíritu de escepticismo esperanzado que va a impregnar toda la historia.

Marc Weeb ve la experiencia amorosa como una fantasía unilateral, por eso la muestra como un artificio, como una construcción ficcional en la que no importan los hechos, el tiempo ni el lugar. Lo único relevante es cómo el enamorado vive esa ilusión romántica, cómo se mantiene en la burbuja que fatalmente se va a pinchar.

Por eso, el relato de la película está cronológicamente alterado, empieza por el final y afirma que la que se nos va a contar es una historia de amor fallida y que el héroe terminará derrotado. Inmediatamente nos lleva al génesis, a la forma en que Tom (Joseph Gordon-Levitt)descubre todos los datos objetivos que le indican que Summer (Zooey Dechanel) es su chica ideal. Adoptamos el punto de vista del muchacho y vemos como uno a uno éste vive los hitos mágicos de la relación, los momentos donde todo se ve color de rosa. Pero el director es cínico y astuto, y mediante recursos estéticos nos hace desconfiar de la visión del protagonista, todo suena a irreal en lo que pasa. Es así que la felicidad post coito se representa en forma de coreografía musical callejera, con pajaritos de Encantada incluidos. También la ilusión de una vida doméstica feliz está teñida de simulacro. La supuesta dichosa pareja prueba los muebles de exhibición en la tienda Ikea, juega “a la casita” en una escenografía artificial en donde todo tiene etiqueta de precio.

Incluso hay signos de alarma en la construcción del personaje femenino. Summer es de esas señoritas un poco excéntricas y misteriosas, plagada de pequeños detalles que las vuelve supuestamente encantadoras. Dice que no quiere compromisos, pero en los hechos se comporta pidiendo a gritos que le den guerra. Cara de ángel, corazón de demonio, la famosa mosquita muerta pensamos todos menos su amante.

Más tarde, mientras todo se desmorona y ya las cartas están jugadas, las diferencias entre lo esperado y lo que realmente sucede se vuelven explícitas: las pantallas se divide en dos y por un lado presenciamos lo que podría haber sido si las esperanzas de Tom se concretaran y por otro lo que es, la cruda realidad del abandono.

Finalmente, cuando la película vuelve a su principio/final y el ocaso se hace explícito, uno se pregunta si vale la pena ser tan desconfiado o si hubiéramos sido más felices de haber asistido a los acontecimientos con la inocencia gozosa de Tom.

500 días con ella funciona como manifiesto postpostmoderno. Es una petición de principios que reconoce la fría realidad, pero cree que puede ser modificada, aunque sea un poco. Nos dice que todos vivimos los fines del siglo XX y sabemos que el amor es casi una utopía, pero que vale la pena no quedarse solo y seguir la experiencia amorosa como objetivo, cual burro a la zanahoria. Porque entre el deslumbramiento y el necesario desencanto hay un camino de autoengaño por demás gozoso y que vale la pena experimentar.