(Viaje por Scriptorum. Paul Auster. Anagrama). Paul Auster decidió que a esta altura de su carrera se lo merecía, y planeó una fiestita en su honor. Para eso invitó a Cervantes y a Kafka (dos de sus autores preferidos), a los personajes de sus anteriores novelas y, con entrada paga, a nosotros sus lectores. A fin de animar la celebración agregó algún que otro borrador inconcluso y escribió un libro en el que sólo se divierte el homenajeado.
Viaje por Scriptorum es una alegoría un poco obvia de la sacrificada tarea literaria. Trata de un viejo que, como en El Proceso de Kafka, han encerrado por razones desconocidas en un cuarto. Durante la novela, se presentan en su reclusión personas que el anciano parece conocer y que lo juzgan por la influencia que ha tenido en sus vidas.
A pocas páginas de avanzar con la historia, si no se está demasiado distraído o aburrido, quien leyó un par de libros de Auster se da cuenta de que cautivo es el propio escritor y las visitas son sus personajes de ficción más conocidos.
Pero el verdadero problema lo tienen quienes no hayan sido lectores de Auster o los que olvidan fácilmente argumentos y nombres propios: todos estos se quedarán afuera del guiño autorreferencial y tendrán que soportar una obra vacía para llegar al único chiste a su alcance, el final a toda orquesta donde Paul se hace el vivo y justifica todo lo escrito. En las últimas páginas, el escritor más famoso de Brooklyn, hecha mano al truco del Quijote y juega a las cajas chinas ficcionales, donde escritores y personajes se confunden y desdibujan los límites entre lo verdadero y lo imaginario.
Todo suena muy triste, como esas bandas que ya están aburridas de hacer nuevas canciones y editan los “grandes éxitos” para dejar tranquilos a los fans y a la compañía discográfica. No se sabe si a Auster se le acabaron las ideas, si está ocupado haciendo cine o si se siente demasiado cómodo mirándose el ombligo. Por esta vez podemos perdonarle el pecado de vanidad, pero esperemos que no se le haga hábito, sería una lástima.
Viaje por Scriptorum es una alegoría un poco obvia de la sacrificada tarea literaria. Trata de un viejo que, como en El Proceso de Kafka, han encerrado por razones desconocidas en un cuarto. Durante la novela, se presentan en su reclusión personas que el anciano parece conocer y que lo juzgan por la influencia que ha tenido en sus vidas.
A pocas páginas de avanzar con la historia, si no se está demasiado distraído o aburrido, quien leyó un par de libros de Auster se da cuenta de que cautivo es el propio escritor y las visitas son sus personajes de ficción más conocidos.
Pero el verdadero problema lo tienen quienes no hayan sido lectores de Auster o los que olvidan fácilmente argumentos y nombres propios: todos estos se quedarán afuera del guiño autorreferencial y tendrán que soportar una obra vacía para llegar al único chiste a su alcance, el final a toda orquesta donde Paul se hace el vivo y justifica todo lo escrito. En las últimas páginas, el escritor más famoso de Brooklyn, hecha mano al truco del Quijote y juega a las cajas chinas ficcionales, donde escritores y personajes se confunden y desdibujan los límites entre lo verdadero y lo imaginario.
Todo suena muy triste, como esas bandas que ya están aburridas de hacer nuevas canciones y editan los “grandes éxitos” para dejar tranquilos a los fans y a la compañía discográfica. No se sabe si a Auster se le acabaron las ideas, si está ocupado haciendo cine o si se siente demasiado cómodo mirándose el ombligo. Por esta vez podemos perdonarle el pecado de vanidad, pero esperemos que no se le haga hábito, sería una lástima.
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