(Con la muerte en los talones. Alfred Hitchcock) Cary Grant está apurado, sale de su oficina y le roba el taxi a una pareja que está por subir. Esta pequeña mala acción le hace llegar unos minutos más temprano a su cita, su vida se adelanta unos instantes y ya nada será igual. Alguien lo confunde con quien no es y desde ese momento pasa a ser el blanco móvil de policías y malhechores. Ni siquiera su madre le cree que no tiene nada que ver con quienes lo persiguen. Tiene que escapar, no sabe de bien de qué o de quién… si hubiera sido considerado con el prójimo, se habría ahorrado muchos disgustos el pobre Cary.
En 1949 faltaban muchas cosas que decir en el cine, y Hitchcock estaba dispuesto a descubrir cuáles eran para gritárselas a todo el mundo.
Por ejemplo, Cary Grant se encuentra con la heroína (Eva Marie Sant), una señorita fría y calculadora de quien no se sabe si lo quiere ver muerto o vivo y que lo manda al medio de la nada a encontrarse con, tampoco queda bien claro, quien. Entonces Cary va a una ruta y mientras espera viene a intentar asesinarlo un avión fumigador. El método de exterminio es por lo menos insólito. No le tira veneno y lo ahoga, sino que quiere desnucarlo a vuelo rasante!!. La escena es disparatada, pero durante nueve minutos le creemos a Hitchcock que el avión tiene posibilidades de cometer el asesinato, y suspiramos aliviados cuando el aparato se estrella contra un camión que pasa por casualidad.
Pasaron las décadas y el cine encontró nuevas formas de contar historias, pero en los años 50, Hitchcock, en “Con la muerte en los talones” ya nos daba una oportunidad de espiar lo que estaba por venir.
Con esta sentencia moral de bajo vuelo, casi con un chiste, empieza “Con la muerte en los talones”, la película más caprichosa de Alfred Hitchcock.
En 1949 faltaban muchas cosas que decir en el cine, y Hitchcock estaba dispuesto a descubrir cuáles eran para gritárselas a todo el mundo.
Una de ellas es que una película no necesita de una historia sólida y totalmente cerrada para ser interesante y entretenida. “Con la muerte en los talones” es una sucesión de pequeñas aventuras que el protagonista va viviendo y que de ninguna se justifica por el argumento o por la verosimilitud.
Por ejemplo, Cary Grant se encuentra con la heroína (Eva Marie Sant), una señorita fría y calculadora de quien no se sabe si lo quiere ver muerto o vivo y que lo manda al medio de la nada a encontrarse con, tampoco queda bien claro, quien. Entonces Cary va a una ruta y mientras espera viene a intentar asesinarlo un avión fumigador. El método de exterminio es por lo menos insólito. No le tira veneno y lo ahoga, sino que quiere desnucarlo a vuelo rasante!!. La escena es disparatada, pero durante nueve minutos le creemos a Hitchcock que el avión tiene posibilidades de cometer el asesinato, y suspiramos aliviados cuando el aparato se estrella contra un camión que pasa por casualidad.
Y así sigue, capricho tras capricho de director, el pobre protagonista en su derrotero: se pasea por una subasta, se cuelga de la montaña de los bustos presidenciales yankies, hasta que finalmente encuentra el sosiego que le devuelve su identidad de una forma tan absurda como la perdió.
Pasaron las décadas y el cine encontró nuevas formas de contar historias, pero en los años 50, Hitchcock, en “Con la muerte en los talones” ya nos daba una oportunidad de espiar lo que estaba por venir.