(Historias Extraordinarias. Mariano Llinás) Mariano Llinás anda zarpado. Su película, “Historias Extraordinarias” se despreocupa de todas las convenciones con las que nos sentamos habitualmente a ver cine, se burla de todas ellas y las deja de lado.
El primer gran desafío es el tiempo: el film dura más de cuatro horas. En las proyecciones que por estos días en el Malba, el propio director recibe a los espectadores y los advierte sobre la peculiaridad temporal. Inmediatamente proporciona unos cuantos datos duros y consejos para sobrellevar la aventura de pasarse tanto rato en el cine. H. E. está dividida en 18 capítulos (numeración práctica que le da seguridad de finitud al que siente que está viendo la remake de La Historia sin fin) y cuenta con dos intervalos para estirar las piernas y acudir a los lugares excusados. El mismo maestro de ceremonias también tira data sobre la dirección del kiosco más cercano donde los espectadores pueden hacerse de provisiones para no sucumbir de inanición antes del final.
La segunda es el uso, como principal herramienta narrativa, de la voz en off. Todos crecimos bajo el axioma que rezaba que si un cineasta tiene que echar mano a la voz en off es que no sabe filmar. Bueno, a Llinás le importa muy poco el principio y hace que el impulso de la película caiga en tres narradores. La mayoría de los diálogos, y casi toda la información necesaria para entender lo que sucede, tienen lugar en una suerte de fuera de campo visual y son confiadas a la palabra de los locutores. Las narraciones son las que le dan ritmo, nos ubican temporalmente, y funcionan como personajes omniscientes que nos cuentan lo que pasó, lo que va pasar e, incluso, lo que nunca pasará.
La tercera y última, es la desmesura, la desproporción, en el afán de contar historias. Parece que a Llinás no le alcanza la película para contar todo lo que quiere contar. Si bien hay tres historias principales que estructuran el film, estas se abren caprichosas en otras muchas otras, se dispersan y vuelven a su cause para después perderse. Desde los pueblos provincianos argentinos hasta Bombay o Alemania, nada es ajeno a la película, que demuestra que hasta en los lugares màs rutinarios o aburridos pueden suceder historias extraordinarias. Durante las cuatro horas, tramas complejas e historias mínimas conviven y se entremezclan, se viaja por sitios donde pasa mucho y otros en los que no pasa casi nada. En este punto, la obra a veces tira un poco demasiado de la cuerda y en cierto modo perjudica la solución del final (o los finales) porque se contó tanto, que el mira siente que la película podría tranquilamente continuar, y cualquier fin se vuelve artificial, casi una traición a su propia naturaleza.
Hay muchas otras cosas que deberían decirse de Historias Extraordinarias, pero se corre el peligro de caer en su mismo desborde de extensión, y los asientos frente a sus pc no son tan cómodos como los del malba. Basta con decir que es una película gallita, que provoca y que somete a prueba al que la ve y que vale la pena por cuatro horas de un domingo, ir y ponerle el pecho.
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