Humpday, Lynn Shelton (2009). El planteo es sencillo: dos amigos de la universidad vuelven a encontrarse después de muchos años, uno eligió el camino burgués y sentó cabeza, tiene casa, esposa y trabajo estable y está estudiando la forma de convertir su oficina en cuarto de niños; el otro viaja por el mundo persiguiendo difusos proyectos artísticos, escuchando Manu Chao, sin afeitarse y bañándose bastante. Los hombres se quieren, son amigos, casi hermanos. Cuando ve a Andrew tocar a madrugada el timbre de la estable casa de Ben en Seattle uno está tentado de apostar cuál va a ser el planteo de la pelicula. Pero esta inteligente comedia de Lynn Shelton despacha en dos diálogos lo que podía esperarse de este choque de cosmovisiones y vuelve a subir la apuesta cuando nos muestra cómo los dos amigos planean, durante una charla de borrachos en un fiesta ligeramente descontrolada, rodar la primera película porno gay hecha por heteros. Ajá , dice el espectador avezado, es una de machos amenazados en su integridad sexual, o, en el mejor de los casos, es una de pluralidad y tolerancia. Pero, otra vez, cuando los lugares comunes que esperábamos encontrar se agotan, descubrimos que la historia que se quiere contar es un poco diferente.
Sí, es verdad que la película habla sobre la identidad, pero no la sexual; habla sobre el deseo pero no sobre qué tipo personas quiere uno tener en la cama. Porque el proyecto de la porno no se desvanece, como era lógico, a la luz del alba y la sobriedad, sino que se convierte en algo así como una apuesta que enfreta a los amigos ante la necesidad de demostrarse mutuamente cuán mente abierta son. El burgués siente que necesita mostrarle a su amigo que su matrimonio no es un grillete (aun cuando todo parece indicar que en realidad no lo es) y el hippie que está a la altura del personaje que representa y las fantasias que encarna. Pero la realidad, más allá de la puja de estos hombres en los 30 temerosos de no ser lo que se espera de ellos, es que ninguno de los dos tiene ninguna necesidad de experimentar nada diferente de lo que experimenta cada día. Ambos están felices con el curso que llevan sus vidas. Solamente ante la mirada del otro (y fundamentalmente de ese otro de quien la opinión importa) las elecciones tomadas en la vida parecen necesitar justificación.