Lejos de los absurdos y caprichos que gobiernan al País de las maravillas original, en la película aparece un reino absolutamente lógico donde una reina oprime a los habitantes del inframundo y El Sombrerero Loco se transforma en una suerte de Che Guevara esperando la oportunidad de encabezar una revolución.
Una de las virtudes que tenia la obra de Carroll era la ambigüedad que envolvía su historia. No había buenos ni malos, solo personajes que se guiaban por su propia lógica absurda. Los juegos de palabras y la parodia a ciertos aspectos de la sociedad fueron la base para crear a esos personajes. En la versión de Burton nada de eso se ve reflejado. El Sombrerero Loco, con su obsesión por unos modales bizarros, solo se refleja en la película por su estética, y la repetición incesante de un chiste que en la narración original aparece, pero solo al pasar (“¿en qué se parece un cuervo a un escritorio?”)
Se podría hacer un repaso por cada uno de los personajes y el resultado sería exactamente el mismo. Estéticamente la representación es correcta, por momentos brillante, pero al momento de poner a los personajes actuar da la impresión de estar impostados, de verlos cumplir un papel que le es totalmente ajeno . Los únicos que se salvan de esta generalización son la Liebre de Marzo y La Oruga, que son los únicos que realmente generan nostalgia de la obra original.
Despojados entonces de la expectativa de ver una versión que honre a la obra de Lewis Carroll, nos entregamos a las manos de Tim Burton y esperamos lo mejor de él. Pero tampoco eso hace acto de presencia. En vez de hacer lo que en El gran pez demostró que sabe realizar (un recorrido por las fantasías y sueños de una persona), optó por una suerte de épica fantástica. Solamente la estética oscura y caracterización de los personajes nos permiten saber que es un film del director de El joven manos de tijera, y no la última película de Harry Potter.
Sin poder ver una adaptación decente del libro de Carroll, o una obra coherente con el estilo del director, uno se conformaria con ver una buena película. En última instancia, poco importa que las expectativas personales de cada uno no se vean satisfechas, si el film funcionara) y fuera bueno. Pero eso tampoco se cumple. La mezcla de personajes que hacen acto de presencia amontonados solamente para poder llamar al film Alicia en el país de las maravillas, con una lección de vida (donde Alicia supuestamente tiene que aprender a tomar sus propias decisiones, pero termina haciendo algo que esta profetizado desde el principio) es nefasta. El autor del cuento lloraria en su tumba viendo como Alicia aplica su “locura” tomando el control de la empresa de su padre y ampliando sus exportaciones hasta la China.
Hay señales a lo largo de la película que nos ponen aun más nerviosos, porque demuestran que pudo haber sido mucho mejor. El comienzo, por ejemplo, con una niña Alicia contándole al padre que tuvo una horrible pesadilla, invita a los seguidores del director a fantasear con cómo podría haber sido la versión de Disney invertida por Burton, ver el mismo mundo fantástico y mágico del dibujo animado convertido en una pesadilla.
También un breve momento en el que Alicia por medio de un flashback recuerda su anterior visita al país de las maravillas, hace que los lectores de la obra original piensen que si por lo menos Burton se hubiera dedicado a darle imagen a los textos del escritor (ya sea en forma de film o de ilustraciones) la experiencia hubiera sido más satisfactoria.
Pero lo que más llega a indignar es un conflicto que Burton solo llega a insinuar en su película, pero que de haberlo explotado más hubiese satisfecho tanto a sus seguidores como a los de Carroll: cuando Alicia esta por volver a la realidad en el film, el sombrerero loco le ofrece quedarse. Alicia lo rechaza porque tiene que enfrentarse a sus responsabilidades, pero le promete recordarlo. El sombrerero le contesta que seguramente se iba a olvidar de él.
Si la película hubiera girado en torno a esa idea, la de una chica que tiene que crecer y un mundo mágico que intenta retenerla, hubiera sido muchísimo más fructífero que esta seudo fábula moral que ni siquiera se termina de explicar a sí misma. Burton podría haberse hecho una panzada representando al país de las maravillas intentando atrapar a Alicia, y los seguidores de Carroll encontrarían coherencia con la ideología del autor, que tanto sufría al ver crecer a las amiguitas que seducía con cuentos.