3 de noviembre de 2007

La política del marcador

Todos lo pensamos, todos lo sabemos: hace rato que los partidos políticos dejaron de pensar las campañas electorales como una forma de trasmitir ideas o comunicar programas de gobierno. “Antes los afiches siempre traían parte de la plataforma o las banderas del grupo al que representaban. El afiche de hoy no está pensado para que la gente lea: la tipografía es enorme, no hay texto, ni siquiera hay referencia partidaria. Sólo una mala foto y un slogan que podría ser de cualquier otro candidato” dice Gabriela Kogan, una de las autoras de libro Quiera el pueblo votar, donde se recopilan los afiches callejeros desde la sanción de la ley Saez Peña. Y es verdad, si algo dicen claramente los carteles de campaña es que lo que importa no son las ideas. Están convencidos de que la gente va a votar lo que más vea, sin importar lo que se le proponga. Pero, desde las últimas campañas, ganó la calle una modesta pero interesante forma de opinión política: el marcador.

Hace algunos años, la gente acostumbraba a pintar las paredes para mostrar sus simpatías u odios políticos; de a poco los muros dejaron de pertenecer a los particulares y las pintadas también pasaron a mano de los aparatos de los partidos. Quizá como una forma de abrir el juego que los políticos buscan cerrar por todos los medios, o, tal vez, para agregar contenido a los carteles que muestran tentadores espacios en blanco, muchas manos anónimas eligen intervenir propagandas e inscribir en ellas sus opiniones particulares. La política del marcador parece venir a contradecir la tan mentada falta de interés en la participación ideológica.
Hay varios tipos de inscripciones en los carteles, algunos discuten ideológicamente, reprueban o limitan las propuestas que se leen con acotaciones más o menos profundas sobre la ideología del candidato. Algunos de estos alteran parte de los slogan, tachando palabras o sumándoles comentarios que modifican o invierten los mensajes políticos. Otros eligen intervenir las fotos con signos que parodian o ridiculizan al candidato. Y finalmente, hay quienes, quizá más superficiales, se ocupan del aspecto físico del candidato opinando sobre cosmética, vestimenta o aseo personal.
Hija de la indignación o de las ganas de manifestarse, esta forma de expresión repone el debate político con contenido y muchas veces con ingenio. Aun aquellas pintadas que no muestran ideas y se quedan en la superficie pueden entenderse como una crítica a campañas hechas de caras y nombres (ya que a veces ni siquiera hay apellidos).
Discutiendo ideas, reclamando por promesas incumplidas o recordando antiguas filiaciones de candidatos que parecen renacer en cada elección limpios de pasado, el marcador justiciero hace contra campaña desde el lugar del particular, inscribiéndose en el margen de un sistema que pretende dejarlo indecorosamente afuera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aun así se vota a la apuesta ganadora, la predecible, y eso resultó. Estos espacios no alcanzan. Y mientras tanto una masa sigue con su vida, sin importarle demasiado los resultados. La propaganda política es un factor más(aunque de gran influencia), pero no es el único a la hora de votar. Las razones por las cuales se elige son múltiples, complejas y variadas. Aun así es democracia. Bailamos?

Cecilia Simeoni dijo...

Obvio que la propaganda representa una porción ultra mínima de lo que forma la opinión política. Y creo que este rol decorativo es totalmente entendido por los partidos. Pero en medio de esta abulia general no deja de sorprenderme que alguien se tome el trabajo de escribir algo en un cartel todavía. Si bailamos? Depende de la música.