9 de septiembre de 2008

Pibe chorro (o "Un ladrón de guante negro")

("1810: La revolucion vivida por los negros", Washington Cucurto, Ed. Emece.) “Que hablen de mí, aunque sea para destrozarme”. Esa parecería ser la premisa fundamental que guía la obra de Santiago Vega, cuando se pone tras la máscara de Washington Cucurto. Un fenómeno bastante particular. Para algunos solamente un gran vendedor de humo, para otros uno de los pocos escritores realmente revolucionarios de la narrativa argentina.

Para entenderlo quizás serviría una comparación con “la cumbia villera”. La gente que consume ese estilo de música, ante cualquier planteo que busque poner en duda su calidad, contesta que no es “calidad” lo que buscan, sino diversión. Algunos, van mas allá con la defensa, y plantean que es un género que hace eco de una cultura diferente, normalmente excluída de la sociedad. Esos mismos argumentos son los que suelen encontrarse en los defensores de la literatura de Santiago Vega.

Las similitudes entre ambos estilos son muchas. Comparten el mismo registro de palabras y el mismo imaginario (mujeres como objeto sexual, el protagonista como una suerte de sex machine, la cumbia como puerta a la felicidad, entre otras cosas). También el estilo de humor es similar, siempre optando por el chiste fácil.

Incluso en la forma de presentar la “crítica social” ambos estilos son parecidos. Una especie de bombardeo de lugares comunes, sin demasiada elaboración ni pretensión más allá de decir lo que todo el mundo sabe. Podría interpretarse esto último como parodia, apelando a la imagen del “cabeza”. Pero eso dejaría sin argumentos a quienes ponen a Vega en el rol de portavoz de los “marginados”, y lo volvería un simple escritor humorístico que repite una y otra vez el mismo prejuicio.

Pero la comparación se trunca en el momento en el que los libros de Washington Cucurto, a diferencia de “la cumbia villera”, no son consumidos por la clase social de la que supuestamente se hacen eco. Es probablemente mas fácil encontrar un léctor suyo en la zona de Palermo Viejo que en el Gran Buenos Aires.

Pero aun aceptando las virtudes que suelen atribuírsele, se hacia evidente que su obra estaba cayendo en la repetición. Al insistir siempre con el mismo “chiste”, empezó también a perder lo divertido. Lo novedoso de sus cuentos, poesías y novelas ya estaba dejando de ser tal, desde el momento en el que todas ellas giraban alrededor del mismo tópico.

Es por eso que la primera sensación que uno tiene cuando lee “1810, la revolución vivida por los negros”, es que se trata de un intento de Cucurto de darle aire fresco a su obra.

El libro se abre con un prólogo ficcional, sumamente irónico, en el que Santiago Vega le propone a Cucurto reescribir la historia para revolucionarla, al igual que revolucionó la literatura. En él no deja pasar la oportunidad para, de paso, soltar algunos palazos contra el canon y la crítica adversa a sus obras.

Finalizado el prólogo esboza una suerte de manifiesto “cumbiantero”, donde repite más o menos lo mismo que puede leerse en cualquiera de sus otros libros, y recién entonces empieza el libro en si.

Argumentalmente, la historia plantea que la familia Cucurto es en realidad descendiente de un hijo ilegítimo de San Martín. A partir de esa premisa se arma una reescritura del periodo de independencia del país.

Obviamente se trata de un libro auto-paródico, donde no solo no se pretende ningún tipo de factibilidad histórica, sino que también abundan los chistes anacrónicos, con hechos de la realidad actual. Los soldados de la revolución son esclavos traídos de África, que disfrutan de una música antecesora de la cumbia, fumando una hierba traída de África (antecesora de la marihuana), y pasan el tiempo montando enormes orgías.

En el caso de que uno no se haya visto abandonado por el deseo de leer el libro después de ver la tapa (Vega disfrazado de San Martín con un traje en tonos rosas), leyendo el prólogo quizás podría tentarse ante lo supuestamente original de la propuesta. Pero la realidad es que la originalidad no pasa de ser un espejismo.

Lejos de encontrar la visión “cucurtiana” de la revolución, lo que uno encuentra es exactamente lo mismo que en otros libros de Vega, con cambios sutiles en los sustantivos. La originalidad por momentos parece limitarse a hacerle decir a San Martín lo mismas palabras que en otros libros dice Cucurto, o cambiarle levemente el nombre a la cumbia o la marihuana.

Una vez despojado del rol de portavoz de la clase popular, a Santiago Vega solo le queda su mote de revolucionario u original para defender su obra. Pero esa característica la esta perdiendo lentamente al copiarse una y otra vez a si mismo.

El único punto de vista bajo el que se le podría encontrar una virtud a “1810: La revolución vivida por los negros”, es el de una suerte de manifiesto en contra del canon. Una burla a si mismo y a la vez al mercado editorial, al publicar en Emece una novela que parece escrita en una noche, bajo los efectos lapidarios de alguna sustancia tóxica.

Pero al finalizar el libro y meditar sobre los treinta y ocho pesos que uno tuvo que pagar para leerlo, más bien lo que se siente es que la burla fue contra uno mismo.


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