21 de febrero de 2010

Hijo de tigra


La Tigra, Chaco.
Federico Godfrid y Juan Sasiaín.(2009) Quizá sea por eso de que descendemos de los barcos, quizá simplemente por que somos vuelteros, pero la realidad es que tanto la literatura como el cine argentino está lleno de historias de gente que vuelve. Se fueron del barrio, del país, del pueblo y ahora vuelven vencidos a la casita de los viejos a encontrarse con lo desconocido o, lo que es peor, con lo conocido...

En este sentido, La Tigra, Chaco es una más. Chico deja el pueblo por causas que no sabemos pero podemos sospechar y se va a “la Capital”, años después (que por la edad del protagonista no pueden ser muchos, pero parecen una eternidad), por causas más bien irrelevantes, vuelve al pago. Ahí, con el pibe que baja del micro con el bolsito al hombro, arranca esta película . Esteban espera a su padre para hablar de “unos asuntos de Buenos Aires” y ese viaje con fecha de expiración (pero que sospechamos que puede durar eternamente) marca el limite de la experiencia. En esa espera, Esteban se encuentra con un ambiente familiar que lo integra sin escándalo y del que parece nunca haber salido. Y junto con el alivio y la simpatía que esto nos produce, nos nace la incomodidad de saber que eso no debería ser así, de entender que el que volvió ya no es, nunca más, el mismo que salió.


En cuestión de minutos el protagonista es captado por un amable universo femenino que lo cuida, lo seduce, lo alimenta, lo escucha y lo mima; y, con su canto de sirenas, lo van convenciendo de a poco de que ese es su lugar. La Tigra, ese pueblo con nombre paradójicamente femenino (¿tiene femenino la palabra “tigre”?), parece ser un universo enteramente lleno de mujeres suaves y cariñosas pero que sobreviven independientemente de los hombres. La novia eterna que parece haberlo esperado aunque todo indica que no lo esperó, la nueva mujer de su padre que ocupa el lugar de una madre a la que nunca se nombra y cuida a sus hijos sola en la espera eterna de su hombre aún en el conocimiento de que poco vuelve; y sobre todo la tía vieja (una abuela que es la abuela que cualquiera de nosotros tuvo o pudo haber tenido) que reconstruye con fotos su pasado y lo empuja obscenamente hacia el futuro. Pero junto a ellas, se despliega también un coro de mujeres que las acompaña tomando tereré o jugando a las cartas en un reino donde los hombres parecen estar de visita o a su servicio.



Del otro lado, los personajes masculinos en la película funcionan como espejos del protagonista: su padre, que parece haberse ido sin fecha estipulada de regreso; el Roger, especie de galán de pueblo que ocupa el lugar en la cama de su novia que él ocuparía de haberse quedado y su hermanito, Esteban embrionario, por el que siente un cariño gestado a la distancia.


Es difícil no acordarse al ver La Tigra, Chaco de Ana y los otros. Como en aquella película, se pone en escena el contraste del ritmo de pueblo de provincia, de habitante de pago chico, con el que viene de afuera, con el habitante de Buenos Aires; y también aquí se apuesta por la peligrosa mezcla entre actores profesionales y no profesionales . Pero podemos pensar a la Tigra como un opuesto complementario de Ana, ya que nuestro héroe no encuentra exactamente a “los otros” como le pasaba a Ana, al contrario, Esteban se encuentra con él mismo.


Este viaje al pueblo nos da toda la sensación de funcionar como una cápsula del tiempo. La tigra es su pasado, su niñez, su primera novia, sus rutinas infantiles, pero también es su futuro posible, lo que hubiera sido de él si se hubiera quedado. El espacio (el pueblo, la casa natal, el club, el potreto) está contaminado de tiempo, porque son, de alguna manera, su historia y su presente posible. Pero también el tiempo está mezclado con el espacio, porque todos los tiempos (su pasado, su presente, su futuro) parecen confluir en La Tigra: la entidad del pueblo, su ritmo, sus rutinas son una fuerza centrípeta que lo incluye aunque no quiera.


Vale la pena ver esta opera prima de Federico Godfrid y Juan Sasiaín. Con una fuerza evidente en la dirección de actores que redunda en excelentes actuaciones y logra el milagro de mezclar naturalmente actores profesionales y no, se cuenta una historia pequeña sin estridencias ni grandes efectos dramáticos. El resultado final es una obra sencilla, sin grandes pretenciones pero con la solidez de quien sabe lo que quiere decir.



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