(Enchanted, Kevin Lima y The Tudors, Michael Hirst) “¿Por qué cantamos canciones de amor? Si suenan mal y nunca tienen razón. No se puede vivir del amor” cantaba Andrés Calamaro y profetizaba la muerte del negocio del romanticismo-clásico-multimedia.
Frases como “y fueron felices para siempre” o “el destino los unió con su lazo de amor eterno” se volvieron dudosas y demodé en los cínicos tiempos post-postmodernos. En un siglo XXI, donde el príncipe empeñaría el zapato de cristal de Cenicienta, Blancanieves mandaría a los enanos a traficar sustancias controladas para el sueño y Celeste siempre Celeste cambiaría de novio como de ropa interior, los medios audiovisuales se ven obligados a revisar los envases y contenidos de los cuentos de hadas y telenovelas con los que lucran desde siempre.
El público femenino que quisiera creer, pero ya no puede, en los cuentos rosas y edulcorados está deseoso de que se recodifiquen las historias según los signos de la época, y la industria, dispuesta a complacer a su mercado, ya lo está haciendo.
Frases como “y fueron felices para siempre” o “el destino los unió con su lazo de amor eterno” se volvieron dudosas y demodé en los cínicos tiempos post-postmodernos. En un siglo XXI, donde el príncipe empeñaría el zapato de cristal de Cenicienta, Blancanieves mandaría a los enanos a traficar sustancias controladas para el sueño y Celeste siempre Celeste cambiaría de novio como de ropa interior, los medios audiovisuales se ven obligados a revisar los envases y contenidos de los cuentos de hadas y telenovelas con los que lucran desde siempre.
El público femenino que quisiera creer, pero ya no puede, en los cuentos rosas y edulcorados está deseoso de que se recodifiquen las historias según los signos de la época, y la industria, dispuesta a complacer a su mercado, ya lo está haciendo.
Como primera prueba de este revisionismo, se encuentra siempre a la vanguardia, si de estudios de marketing se trata, el “maravilloso mundo de colores” de los estudios Disney.
Las niñas actuales ya no caen en la trampa del príncipe azul y, paradójicamente, en Encantada, la compañía del hombre de hielo dio cuenta de este desencanto. El film mitad dibujo, mitad película, se burla de los standars del cuento de hadas y enseña a las féminas del mañana que está bien enamorarse, pero que hay que tener ojo de no volverse medio tarada con los bríos del galán de turno. Giselle en Nueva York aprende, a fuerza de ridículos, que antes de aceptar el compromiso de amor eterno, más bien vale fijarse con quien una se engancha. Los héroes de esta historia enseñan los beneficios de la sana duda a la hora de buscar marido, y la doncella en el happy end se queda con el candidato real, no con el que le ofrece un mundo de sueños. La princesa de la era tecnológica está avivada y prefiere quedarse con el apuesto Patrick Dempsey de carne y hueso (el Dr. Encanto de Greys Anatomy) que con un miembro de la realeza dibujado de un mundo que no existe.
Las niñas actuales ya no caen en la trampa del príncipe azul y, paradójicamente, en Encantada, la compañía del hombre de hielo dio cuenta de este desencanto. El film mitad dibujo, mitad película, se burla de los standars del cuento de hadas y enseña a las féminas del mañana que está bien enamorarse, pero que hay que tener ojo de no volverse medio tarada con los bríos del galán de turno. Giselle en Nueva York aprende, a fuerza de ridículos, que antes de aceptar el compromiso de amor eterno, más bien vale fijarse con quien una se engancha. Los héroes de esta historia enseñan los beneficios de la sana duda a la hora de buscar marido, y la doncella en el happy end se queda con el candidato real, no con el que le ofrece un mundo de sueños. La princesa de la era tecnológica está avivada y prefiere quedarse con el apuesto Patrick Dempsey de carne y hueso (el Dr. Encanto de Greys Anatomy) que con un miembro de la realeza dibujado de un mundo que no existe.
Como segunda prueba, presento un caso aun más osado ya que el movimiento de aggiornamiento es doble. Para ello propongo al lector curioso buscar la serie de HBO The Tudors en Internet o en DVD (creo que en el cable ya terminó la temporada).
El programa toma lo que podría ser una novela histórica a lo Felipe Pigna, la mezcla en una coctelera con los genes de Alberto Migré y durante sus diez episodios la transforma en una típica novela o cuento de príncipes y princesas, que incluye al bueno, al villano, al que desea el poder y al que deja todo porque se enamora, actuando según sus ideales y objetivos. Todo ello, con escenas muy calientes protagonizadas por gente linda, muy linda (el histórico gordo y pelirrojo Enrique VIII aquí es representado por el impresionante Jonathan Rhys Meyers, y con este ejemplo no hace falta aclarar nada más). La propuesta no es inocente: The Tudors vence a los cínicos que descreen del culebrón con el argumento incuestionable de que están contando algo que verdaderamente ocurrió.
Pero el artificio no termina ahí, The Tudors no se conforma con la mixtura de género sino que, en un segundo movimiento, muta el modo de narración a formatos más actuales y digeribles. Los productores de la serie nos proponen inmiscuirnos en los avatares de la dinastía inglesa –con guerras, hogueras y cuernos incluidos- como si estuviésemos metiendo las narices en la intimidad de las salas privadas de sus castillos. La aproximación tiene más que ver con el cotilleo descarnado del True Hollywood Storie de E! que con la narración de proezas y amores a las que veníamos acostumbrados.
Los espectadores caemos por el morbo de ver el chisme de esta especie de celebrities renacentistas. Esperamos ansiosos encontrar el desenlace que ya estudiamos y fisgamos impunes la manera en que Enrique descarta a Catalina y se queda con la Bolena, por supuesto, antes de que esta pierda la cabeza, y no precisamente por amor, sino por obra y gracia de la guillotina. Además, los creadores de la serie son astutos: si la propuesta tiene rating hay cuatro esposas más del rey inglés esperando para alimentar los argumentos de las próximas temporadas.
El programa toma lo que podría ser una novela histórica a lo Felipe Pigna, la mezcla en una coctelera con los genes de Alberto Migré y durante sus diez episodios la transforma en una típica novela o cuento de príncipes y princesas, que incluye al bueno, al villano, al que desea el poder y al que deja todo porque se enamora, actuando según sus ideales y objetivos. Todo ello, con escenas muy calientes protagonizadas por gente linda, muy linda (el histórico gordo y pelirrojo Enrique VIII aquí es representado por el impresionante Jonathan Rhys Meyers, y con este ejemplo no hace falta aclarar nada más). La propuesta no es inocente: The Tudors vence a los cínicos que descreen del culebrón con el argumento incuestionable de que están contando algo que verdaderamente ocurrió.
Pero el artificio no termina ahí, The Tudors no se conforma con la mixtura de género sino que, en un segundo movimiento, muta el modo de narración a formatos más actuales y digeribles. Los productores de la serie nos proponen inmiscuirnos en los avatares de la dinastía inglesa –con guerras, hogueras y cuernos incluidos- como si estuviésemos metiendo las narices en la intimidad de las salas privadas de sus castillos. La aproximación tiene más que ver con el cotilleo descarnado del True Hollywood Storie de E! que con la narración de proezas y amores a las que veníamos acostumbrados.
Los espectadores caemos por el morbo de ver el chisme de esta especie de celebrities renacentistas. Esperamos ansiosos encontrar el desenlace que ya estudiamos y fisgamos impunes la manera en que Enrique descarta a Catalina y se queda con la Bolena, por supuesto, antes de que esta pierda la cabeza, y no precisamente por amor, sino por obra y gracia de la guillotina. Además, los creadores de la serie son astutos: si la propuesta tiene rating hay cuatro esposas más del rey inglés esperando para alimentar los argumentos de las próximas temporadas.
En definitiva, la vida ya no es de color rosa y ni siquiera la ficción acepta engañarnos. Sin embargo, siempre hay lugar para la resistencia. Las soñadoras negadoras y persistentes pueden refugiarse en alguna repetición de Volver, y ver a Arnaldo André sacudir una cachetada a su pareja y jurarle amor incondicional en guaraní. O bien, emprender un viaje retro por los fabulosos mundos del blanco y negro donde Cary Grant o Hamphrey Bogart todavía las miran a los ojos y les dicen que es posible ser felices y comer perdices para siempre.
3 comentarios:
Me encantó pasar por este lugar y recordar las épocas en las que solía escribir de todo un poco...
Tenés un blog maravilloso...!
Yo fui a ver "Encantada" me mate de risa cuando el principe vino a buscar a Giselle y le dijo algo así como "casemonos mañana" Woww..imaginate que un principe que apenas te conoce, quiera pasar el resto de su vida junto a vos, de un día para el otro.. por eso amo Disney, porque te hace revivir tus momentos de niña..esos que vivias con la ilusión de que lo imposible pasará.
Javier..te vi el año pasado, en la vereda de la terminal de retiro..caminando, fumando y vestido todo de negro.. eran como las 5 de la tarde un viernes, no me acuerdo que número de día...me paralice, y cuando reaccione te segui 10 pasos..pense rápido y me dije "por algo no te quiso volver a hablar, dejalo"..y me volví siguiendo mi camino.
Solo espero que sigas bien...que estes bien, y que sigas soñando...porque el mundo siempre fue modificado por soñadores.
"Sonia"
Aristo
que sos critico? andate a cagar! pelotudo! no sabes lo que es el cine verdadero.
solo miras peliculas para el comercio.
chau
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