2 de diciembre de 2008

Teatro ahí nomás

(Berestowoik, Walter Jakob y Carolina Zaccagnini, teatro El Silencio de las Negras) Una obra de teatro que te encierra en una sala de 3x3 con otras 20 personas, actores incluidos. No apta para claustrofóbicos, Berestowoik convierte a los espectadores más que nunca en una cuarta pared, pero con ojos, narices y contorno 3D. Propone ser la mampostería chusma de la casa en que tres hombres se amontonan y, como nosotros, meten las narices en las vidas de los que tienen al lado, muy cerca.

Los Berestowoik son familia servio-argentina, solamente de varones, formada por un tío jugador compulsivo, y dos sobrinos: un enamorado de folletín y un bailarín reprimido que los cuida a todos. En algún momento aparece un terapeuta de jugadores anónimos que interviene en la dinámica familiar y la desordena un poco. No más que eso, esa es la historia.

Todo es ordinario (de común, no de grasa, eh), y también los es el registro de los actores (Marcelo Mariño, Luis Aponte, Walter Jakob y Horacio Marassi) que no tienen la tonalidad clásica teatral que tanto cuesta asimilar a los que no somos asiduos espectadores de esta disciplina. Allí todo es de entrecasa y la forma de decir también.

Aunque no es aburrida, en la obra en realidad no pasan grandes cosas, o si suceden, ocurren en otros lugares que tenemos que imaginar por los dichos de los protagonistas o por sonidos lejanos. Lo que si se nos muestra son actos cotidianos, donde con pequeños gestos, los hombres que viven en esa habitación delatan sus sentimientos y sus cambios existenciales.

El hallazgo de Berestowoik consiste precisamente en el aprovechamiento de la limitación espacial, que obliga al espectador a una inclusión casi impúdica en la escena. Los olores de la comida, desodorantes y medicinas invaden la sala e incluyen sensitivamente a protagonistas y público que en su totalidad forman parte de la puesta.

También tenemos a centímetros los cambios de ropa y de estado de ánimo de la familia, todos estamos expuestos a una intervención involuntaria, aunque más no sea con un estornudo o una respiración demasiado fuerte. Atrapados en la suerte de los que encarnan la historia, se nos encerró en su misma escenografía de todos los días, junto a la repisa, el teléfono, y el grabador con casetes de Beto Orlando y Las Primas.

Por último, un consejo: aunque recomendamos ver Berestowoik, elijan para ir un día en que no haga demasiado calor, la fórmula de amontonamiento teatral puede ser muy efectiva artísticamente, pero puede ser letal en circunstancias donde las altas temperaturas hacen que estar cerca no sea muy bueno.

2 comentarios:

la vecinita dijo...

Todo muy simpático, el enamorado de folletín me cayó particularmente bien pero convengamos que, la obra, no es apta para claustrofóbicos. La primera prueba es el pasillo de acceso a la sala. Si uno sobrevive ese recorrido y puede bancar el olor a cebolla que reina en el lugar, adelante! La experiencia bien vale la pena!

Paola Simeoni dijo...

corrección: el olor no era a cebolla, era a repollo proveniente de la comida polaca con salchicha que los actores se mandaban con heroísmo a bodega... todo sacrificio es válido en nombre del arte!!