(La novela luminosa, Mario Levrero. Ed. Mondadori 2008) Si es necesaria una prueba para incluir a Mario Levrero dentro del grupo de escritores uruguayos conocido como “los raros”, La novela luminosa es la oportunidad perfecta para encontrarla.
El primer síntoma de “rareza” que tiene este libro póstumo del uruguayo, es su historia. Levrero empezó a escribirla allá por los años ochenta, pero solo avanzo un par de capítulos antes de abandonarla. Hasta que en el 2000 decidió presentarla para una beca, que le permitió tener la comodidad económica para terminarla.
La primer parte del libro es una bitácora del año en el que estuvo becado para escribir esta obra. La segunda parte (un tercio del total de las páginas) es la Novela luminosa misma, que lejos de ser tal, es mas bien una suerte de ensayo autobiográfico. En él Mario Levrero nos cuenta distintas “experiencias luminosas” que lo hicieron conocer lo que el llama una nueva dimensión, y a largo plazo, creer en Dios.
Es en este punto donde viene a filtrarse el segundo síntoma raro del libro. Una descripción como la que se acaba de hacer, podría hacer pensar que esta bitácora del proceso de escritura es una suerte de relleno, un complemento accesorio o dicho malamente: un robo para sumar páginas. Pero en realidad es el centro del libro.
Poco o nada terminan importando las revelaciones místicas de Levrero. Lo que uno retiene al terminar la lectura son las pequeñas anécdotas, sumamente cotidianas y a priori intrascendentes, que minan la escritura del diario. Y no precisamente por la importancia de lo narrado, sino por el estilo que presenta este “otro” Levrero.
Seria un error limitarlo al concepto de diario. No es una escritura privada, apuntada hacia uno mismo. Es una escritura mucho más cercana –y adelantada- al concepto de blog. Una escritura personal, con cierta pretensión literaria, pero con una informalidad e inmediatez que logra que uno se identifique mucho más con el escritor.
Son crónicas sobre su día a día, con el proceso de autodisciplina que se impone para lograr la escritura de la novela como principal eje, pero no único. Varios hilos, pequeños cuentos, se van entretejiendo a lo largo del diario: la historia de una paloma muerta y su viuda en una terraza cercana a la ventana, el final de una relación amorosa o la simple (o no tanto) instalación de un aire acondicionado, por citar algunas.
Luego de la bitácora, comienza La novela luminosa propiamente dicha, que abandona la estructura de diario, pero mantiene el tono distendido y autobiográfico. Es un poco más irritante que la primer parte del libro, porque intenta muy solapadamente dejar una enseñanza. Como ironiza constantemente sobre esa misma intención, y mantiene el tono jocoso, se le podrían perdonar esos lapsus de viejo vizcacha.
De todas formas dentro de la novela propiamente dicha, hay otra subdivisión, al menos estilística. Esta generada por la brecha de escritura de 20 años entre los primeros y los últimos capítulos. Los primeros hacen recordar mucho mas al charrúa kafkiano de “La ciudad”, “El lugar” o “Aguas Saladores”. Es mucho más oscuro y pervertido. Las experiencias son truculentas, y muy ligadas al sexo.
En cambio, los dos últimos, escritos durante la beca, están mas próximos a la bitácora. Son directos y claros. Las anécdotas “luminosas“, lejos de ser sueños extraños, están compuestas por observaciones pacientes. Es prácticamente igual a la primera mitad del libro, salvo porque en esta oportunidad se centra alrededor de un solo tema, y evoca recuerdos exclusivamente de su pasado.
Pero mas allá que en lo estructuralmente extraño que llega a ser el libro, se vuelve muy fácil de leer gracias a la personalidad atrapante del propio Levrero. Sumamente querible y original en su forma de ver e interactuar con la realidad. Es bueno saber que la editorial Mondadori no solamente reedito este libro, sino que planea reeditar al menos dos mas. Para quienes hemos buscado hasta el cansancio en ferias algún ejemplar, esta noticia es una suerte de milagro.
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