




De filias y Fobias entrega el premio muerto extranjero a LUCIANO PAVAROTTI

Jugué a ser malo y di de bruces con el mal...







El primer desafío era previo a la fecha y se había superado: arrastrar a las señoras y sus resignados y/o nostalgiosos maridos al campo de la cancha de Boca y conseguir que las nuevas hordas de seguidores de Sabina, tan púberes como insolventes, pagaran una entrada no barata para ver medio show de un anciano desconocido. Pero el triunfo sobre este escollo acarreó el otro problema: un público variopinto, acostumbrado a rutinas de concierto más bien opuestas y que no sabía bien a ciencia cierta qué iba a escuchar.

(El Pasado, Héctor Babenco) Desde que el cine es cine, la literatura fue una de sus fuentes de inspiración preferidas, y los resultados siempre fueron problemáticos. Hay quienes dicen que no deberían serlo. El producto de esos matrimonios entre literatura y celuloide, dan como resultado una obra que debe ser juzgada por sus meritos, sin tener en cuenta de donde proviene. Pero aún siendo permisivos, ignorando los detalles menores, abriéndonos a interpretaciones y relecturas, hay una deuda que debe mantenerse intacta, elementos que deben estar si o si: precisamente los que hacen que una obra sea tal.
En la película Alta fidelidad, John Cusack se preguntaba si escuchaba música pop porque era un perdedor o si era un perdedor de tanto escuchar música pop. Algo así me pasa con Morrissey: no sé si me gusta porque tiene la capacidad de traducir en música mis sentimientos, o si mi sensibilidad pusilánime y oscura es así porque se educó al compás de sus canciones. Hace poco se dijo en este blog que cada uno tiene los ídolos que se merece. Pero si seguimos la opinión del propio Morrissey nadie merecería el honor de ser su fan. Sin embargo, sus canciones tienen la capacidad de transformarse en una Patria para el que las escucha. Hacen sentir especial a quien puede disfrutarlas y lo alientan a aspirar pertenecer a la exclusiva corte crepuscular de la que Mozz es el inalcanzable referente.
Aquellos que esperan un post informativo, equilibrado, profesional, para empezar, se equivocaron de blog, pero para continuar, ya mismo les aconsejo que abandonen la lectura de esta nota.
Este no es un post objetivo. No es un post descriptivo. Estamos acá para defender nuestros fanatismos. Hay músicos que pueden gustarnos, músicos que podemos admirar profundamente, músicos de los que queremos escuchar cada uno de los discos que salen al mercado. Pero son muy pocos los que son capaces de generar fanatismo en nosotros.
Hace algunos años, la gente acostumbraba a pintar las paredes para mostrar sus simpatías u odios políticos; de a poco los muros dejaron de pertenecer a los particulares y las pintadas también pasaron a mano de los aparatos de los partidos. Quizá como una forma de abrir el juego que los políticos buscan cerrar por todos los medios, o, tal vez, para agregar contenido a los carteles que muestran tentadores espacios en blanco, muchas manos anónimas eligen intervenir propagandas e inscribir en ellas sus opiniones particulares. La política del marcador parece venir a contradecir la tan mentada falta de interés en la participación ideológica.
Hay varios tipos de inscripciones en los carteles, algunos discuten ideológicamente, reprueban o limitan las propuestas que se leen con acotaciones más o menos profundas sobre la ideología del candidato. Algunos de estos alteran parte de los slogan, tachando palabras o sumándoles comentarios que modifican o invierten los mensajes políticos. Otros eligen intervenir las fotos con signos que parodian o ridiculizan al candidato. Y finalmente, hay quienes, quizá más
superficiales, se ocupan del aspecto físico del candidato opinando sobre cosmética, vestimenta o aseo personal.
Hija de la indignación o de las ganas de manifestarse, esta forma de expresión repone el debate político con contenido y muchas veces con ingenio. Aun aquellas pintadas que no muestran ideas y se quedan en la superficie pueden entenderse como una crítica a campañas hechas de caras y nombres (ya que a veces ni siquiera hay apellidos).
Discutiendo ideas, reclamando por promesas incumplidas o recordando antiguas filiaciones de candidatos que parecen renacer en cada elección limpios de pasado, el marcador justiciero hace contra campaña desde el lugar del particular, inscribiéndose en el margen de un sistema que pretende dejarlo indecorosamente afuera.

*¿Hasta cuando vamos a perder el aliento para nombrar la discografía de Gabo? ¿Es que el muchacho no tiene poder de síntesis? “Canciones que un hombre no debería cantar”, “Todo lo sólido se desvanece en el aire” y “Mañana no debe seguir siendo esto”. ¿Para el próximo podrá reducirse a una sílaba, para que podamos recuperar el aliento?