(Concierto: Dos pájaros de un tiro. Sabina-Serrat. 13 de diciembre. La Bombonera) La apuesta era arriesgada, aunque los dos cantautores compartan el prestigio poético de los trovadores de la madre patria, una extendida corte de devotos porteños y una ermita particular levantada por el público psicobolche.
Todo podía fallar, de hecho, lo más posible era que eso sucediera. Si algo quedó claro en el show que juntó en el último fin de semana a Sabina y a Serrat en la Bombonera, era que los organizadores tenían presentes todas las posibles variantes desastrosas y decidieron jugar en el espectáculo irónicamente con eso. El resultado fue un monstruo, un híbrido, que, con sus puntos más altos y sus momentos olvidables, funcionó mejor de lo que nadie esperaba.
El primer desafío era previo a la fecha y se había superado: arrastrar a las señoras y sus resignados y/o nostalgiosos maridos al campo de la cancha de Boca y conseguir que las nuevas hordas de seguidores de Sabina, tan púberes como insolventes, pagaran una entrada no barata para ver medio show de un anciano desconocido. Pero el triunfo sobre este escollo acarreó el otro problema: un público variopinto, acostumbrado a rutinas de concierto más bien opuestas y que no sabía bien a ciencia cierta qué iba a escuchar.
“Gracias a los que vinieron traidos por las ganas de estar acá y a los que llegaron venciendo los escrúpulos” abrió Serrat a modo de confesión, como aclarando las reglas de juego desde el vamos. Era claro que las masas eran de Sabina, que lo que iba a garantizar el clima y el espíritu del show iba a estar de ese lado, y el catalán, zorro viejo al que las multitudes no le son desconocidas, apeló a todo su carisma para asegurarse no ser escupido y abucheado durante “Tu nombre me sabe a hierba”.
La dinámica del recital se orientó a acercar a los dos músicos, a ponerlos en un resbaladizo terreno común unido por búsquedas poéticas, inconformismos morales y espíritu lúdico. Con este fin, se eligieron los temas más sabineros de Serrat, y el repertorio de Sabina que acusa más influencias de “su primo el Nano”. Hay que decir que Sabina salió ganando en esta fórmula, porque los temas más cuidados, menos apresurados y más mesurados son lo más interesante de su obra. Del otro lado, las canciones con melodías mas pegadizas y letras más infames, con espíritu de hit de Serrat son las que menos resisten el paso del tiempo. Atrás de “Para la libertad” hay montones de páginas desconocidas, que nadie corearía, pero son mucho más lindas.
No sólo en el repertorio elegido se notó este diálogo. Buena parte de las casi tres horas de concierto, los dos pájaros (por momentos al borde de lo pajarón, hay que decirlo) lo dedicaron a hacer comedia y a ironizar sobre las debilidades propias y ajenas. Cabe una mención especial a la versión pimpinelezca de “No hago otra cosa que pensar en ti” y a los cuadros de Stand up bizarro. El espíritu era de fiesta, de desparpajo, y Serrat se mostró a la altura del juego desestructurado de los espectáculos de Sabina, hasta el punto de incluir algún que otro amague de rockstar que, aunque no llegó a sonar del todo natural, resultó simpático. Pero, en la misma medida y como desquite, se notó la mano firme del catalán sobre la dirección musical del encuentro: la impresionante formación de músicos sonó ajustadísima y los arreglos de Miralles fueron increíbles (nunca sabremos cuanto de exigencia del director musical tuvo la misteriosa desaparición del histriónico y desastroso en proporciones iguales, guitarrista, Panchito Varona). Una vez más, en este trueque Sabina salió favorecido, sus canciones bien arregladas y orquestadas, se estilizan y suenan mucho mejor de lo que suelen sonar. Es verdad que estas mismas orquestaciones, que se alejan de las melodías más simples de los discos, atentaron fieramente contra el karaoke general y desinflaron en varios momentos a la platea. Pero, quizá, no esté de más este viaje a una forma distinta de escuchar un concierto, donde tengan lugar otras cosas además de cantar a los gritos. Es posible que a Serrat le haya servido la experiencia para incorporar un par de generaciones que lo ignoraban a sus seguidores, pero realmente no aportó nada demasiado interesante a quienes ya lo conocían: para levantar el estadio apeló a una infalible lista de grandes éxitos que se pareció más un concierto homenaje que a la demostración de un músico activo.
Este juntos y revueltos, en el que el único denominador común parecía ser la categoría cantautor español, funcionó llamativamente bien a pesar de todo. Fue una noche extraña, una puja amable de estilos y códigos bien distintos. Un espectáculo movilizado por la voluntad de dos tipos de compartir el escenario, dio como resultado un concierto divertido y un muy buen momento.
Todo podía fallar, de hecho, lo más posible era que eso sucediera. Si algo quedó claro en el show que juntó en el último fin de semana a Sabina y a Serrat en la Bombonera, era que los organizadores tenían presentes todas las posibles variantes desastrosas y decidieron jugar en el espectáculo irónicamente con eso. El resultado fue un monstruo, un híbrido, que, con sus puntos más altos y sus momentos olvidables, funcionó mejor de lo que nadie esperaba.
El primer desafío era previo a la fecha y se había superado: arrastrar a las señoras y sus resignados y/o nostalgiosos maridos al campo de la cancha de Boca y conseguir que las nuevas hordas de seguidores de Sabina, tan púberes como insolventes, pagaran una entrada no barata para ver medio show de un anciano desconocido. Pero el triunfo sobre este escollo acarreó el otro problema: un público variopinto, acostumbrado a rutinas de concierto más bien opuestas y que no sabía bien a ciencia cierta qué iba a escuchar.
“Gracias a los que vinieron traidos por las ganas de estar acá y a los que llegaron venciendo los escrúpulos” abrió Serrat a modo de confesión, como aclarando las reglas de juego desde el vamos. Era claro que las masas eran de Sabina, que lo que iba a garantizar el clima y el espíritu del show iba a estar de ese lado, y el catalán, zorro viejo al que las multitudes no le son desconocidas, apeló a todo su carisma para asegurarse no ser escupido y abucheado durante “Tu nombre me sabe a hierba”.
La dinámica del recital se orientó a acercar a los dos músicos, a ponerlos en un resbaladizo terreno común unido por búsquedas poéticas, inconformismos morales y espíritu lúdico. Con este fin, se eligieron los temas más sabineros de Serrat, y el repertorio de Sabina que acusa más influencias de “su primo el Nano”. Hay que decir que Sabina salió ganando en esta fórmula, porque los temas más cuidados, menos apresurados y más mesurados son lo más interesante de su obra. Del otro lado, las canciones con melodías mas pegadizas y letras más infames, con espíritu de hit de Serrat son las que menos resisten el paso del tiempo. Atrás de “Para la libertad” hay montones de páginas desconocidas, que nadie corearía, pero son mucho más lindas.
No sólo en el repertorio elegido se notó este diálogo. Buena parte de las casi tres horas de concierto, los dos pájaros (por momentos al borde de lo pajarón, hay que decirlo) lo dedicaron a hacer comedia y a ironizar sobre las debilidades propias y ajenas. Cabe una mención especial a la versión pimpinelezca de “No hago otra cosa que pensar en ti” y a los cuadros de Stand up bizarro. El espíritu era de fiesta, de desparpajo, y Serrat se mostró a la altura del juego desestructurado de los espectáculos de Sabina, hasta el punto de incluir algún que otro amague de rockstar que, aunque no llegó a sonar del todo natural, resultó simpático. Pero, en la misma medida y como desquite, se notó la mano firme del catalán sobre la dirección musical del encuentro: la impresionante formación de músicos sonó ajustadísima y los arreglos de Miralles fueron increíbles (nunca sabremos cuanto de exigencia del director musical tuvo la misteriosa desaparición del histriónico y desastroso en proporciones iguales, guitarrista, Panchito Varona). Una vez más, en este trueque Sabina salió favorecido, sus canciones bien arregladas y orquestadas, se estilizan y suenan mucho mejor de lo que suelen sonar. Es verdad que estas mismas orquestaciones, que se alejan de las melodías más simples de los discos, atentaron fieramente contra el karaoke general y desinflaron en varios momentos a la platea. Pero, quizá, no esté de más este viaje a una forma distinta de escuchar un concierto, donde tengan lugar otras cosas además de cantar a los gritos. Es posible que a Serrat le haya servido la experiencia para incorporar un par de generaciones que lo ignoraban a sus seguidores, pero realmente no aportó nada demasiado interesante a quienes ya lo conocían: para levantar el estadio apeló a una infalible lista de grandes éxitos que se pareció más un concierto homenaje que a la demostración de un músico activo.
Este juntos y revueltos, en el que el único denominador común parecía ser la categoría cantautor español, funcionó llamativamente bien a pesar de todo. Fue una noche extraña, una puja amable de estilos y códigos bien distintos. Un espectáculo movilizado por la voluntad de dos tipos de compartir el escenario, dio como resultado un concierto divertido y un muy buen momento.
1 comentario:
MIMI, MIMIMIMI.
¿ QUIEN LA MIMIMÓ A LA MIMIMIMI? LA MIMIMIMI¿ Y PORQUE LA QUERIA MIMIMAR? PORQUE LA MIMA MUCHO
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