2 de mayo de 2008

Pieles frías según Ronald McEwan

(On chelsi beach, Ian McEwan. Anagrama)Parece ser el mejor camino par que un escritor se vuelva mediocre: después de forjar por años uno, dos, tres grandes libros, la crítica lo aclama, los jurados los reconocen, la Academia los estudia y finalmente, las grandes editoriales lo editan. Ahí sobreviene el desastre: los compromisos comerciales.

Los lectores de Expiación, de Sábado sabemos que McEwan puede ofrecer mucho más. Quizá la necesidad de producir acorde a los tiempos del mercado explique la pobre sensación que deja On chesil beach, su última novela. Tal vez, la exigencia de cumplir con un contrato firmado sea la causa de que un sólido narrador, que demostró manejar a la perfección los tiempos y jugar graciosamente a las estructuras, haya inflado lo que hubiera sido un muy buen cuento hasta convertirlo en una nouvelle desnaturalizada.

On chesil beach cuenta la historia de una noche de bodas, la de Florece y Edward, dos jovenísimos esposos que llevan sobre sus espaldas el peso de ser estereotipo de la represión sexual. La novela tiene vocación de cuadro de época y apela al viejo mecanismo de lo micro por lo macro. Los derroteros de estos jóvenes pre revolución sexual se amplían como las ondas de una piedra en el agua a sus cuadros sociales y en la situación política de la post guerra. Pero la estructura es previsible y por momentos lo que sorprende es la acumulación de lugares comunes (¿tiene que ser ella la frígida y él el impulsivo e incontinente?).

Dueño de sus recursos, McEwan deslumbra en un par de pasajes donde con un mínimo de acción logra climas intensísimos, y en dos o tres diálogos cargados de cosas que no se dicen. Pero más allá de estos momentos que nos recuerdan que estamos ante un muy buen narrador, la historia cansa y el recurso alargado termina por irritar. Hasta el mismo autor parece fastidiado cuando, cerrado el conflicto, resume los 60 años de vida restantes de los personajes en diez páginas que parecen ser un relleno para cubrir la cantidad pautada de caracteres.

Uno va terminando el libro y piensa que en realidad es una pena, que hubiera sido lindo leer algo mejor y medita si realmente valdrá la pena ver qué escribirá la próxima vez. Pero, zorro viejo, Mc Ewan, guarda un As en la manga: hoja aparte, en medio de una página blanca se lee a manera de colofón.

“Los personajes de esta novela son ficticios y no guardan parecido con personas vivas o muertas. El hotel de Edward y Florence – casi dos kilómetros al sur de Abbostsbury, Dorset, que ocupa una posición elevada en un campo, detrás del aparcamiento de la playa- no existe”. Puede que un párrafo tan rotundo justifique un mal libro. Quizá le demos un crédito, vamos a tener que leer la próxima.

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