Cuando era chica, con mis hermanas jugábamos a armar obras de teatro. En estas producciones caseras importaban poco argumentos y talentos artísticos, pero siempre estaba previsto el vestuario. Obviamente, estos ensayos dramáticos no eran más que excusas para dar curso a nuestros caprichos de precoses fashions victims.
Probablemente, algo parecido debió haber pasado en el momento en que Quentin Tarantino y Robert Rodríguez se juntaron para armar el proyecto de “Grind House”. Con la libertad que otorgan los proyectos no comerciales, los dos directores volvieron a su infancia artística y filmaron aquellas cosas que más le gustan. Como nosotras por los 80 hablábamos de ropa, el mentado dúo filmó sobre sus preferencias personales, a saber: los fierros (Tarantino), los monstruos (Rodríguez), y las chicas de todos colores y tamaños (debilidad, según parece, de ambos).
Las Grindhouses eran cines que en los años 70 se dedicaban a proyectar películas de bajo presupuesto especialmente violentas y de terror. La propuesta que nos ocupa, una especie de homenaje, consistió en que cada uno filmara una obra de este género para ser exhibidas en forma conjunta.
La idea, aunque atractiva, no deja de ser osada. Volviendo minimalistas sus estilos y temáticas y sin la protección que otorgan las superproducciones, los directores se muestran al desnudo. Y se sabe que cuando se anda en cuero, los defectos y virtudes se exhiben sin piedad ni pudor.
La “Planet Terror” de Robert Rodríguez se parece a los mamamarrachos teatrales de mi infancia: mucho antojo y poco valor artístico. Están los monstruos temibles come-órganos que conocimos en “Del crepúsculo hasta el amanecer”, los personajes latinos despreciables pero simpáticos, las tetas gigantes, los cuerpos femeninos que se menean y se observan las reglas del terror de manual, pero no mucho más. No hay un valor agregado que justifique el experimento. Si Rodríguez buscó filmar una parodia al cine clase B, la broma no causa gracia, y si lo que planeó era un homenaje, mucho peor, porque es difícil que alguien se vaya del cine con ganas de más.En cambio, a Tarantino le fue mejor, quizá porque sus bases son más resistentes y sus caprichos los puede solventar con talento. En “Death Proof” unas cuantas chicas parranderas son acosadas por el auto asesino de Kurt Russel. Y este argumento sin mucho vuelo es la excusa para que el bueno de Quentin haga lo que sabe.
Aunque no te interesen los coches y los Dukes de Hazzard te hagan bostezar, es imposible no quedar con la boca abierta en las escenas de persecución de autos a toda velocidad de ritmo y suspenso impecable.
También los diálogos en que las chicas deciden la cuota de galanes que besarán esa noche y otras yerbas tienen el sello del director y están a la altura de los debates sobre el nombre del Cuarto de Libra o “Like a virgin” de Madonna que recordamos de Pulp Fiction y Perros de la calle.
Otro buen chiste es el juego del espejo que parte en dos la película, que no adelanto para no fastidiar a futuros espectadores.
Por último se recomienda prestar atención a la escena de “fetichismo pédico” donde las cámaras van y vienen y nos muestra desde la pantalla grande como se siente la desviada forma del deseo encarnada en la planta de los pies.
Todos estos son trucos sencillos, una especie de Grandes Éxitos que Tarantino realiza casi de cajón, pero hacen “Death Proof” despegue de la chatura en la que se quedaron los zoombies locos y la sangre saltarina de Rodríguez.
Se dice que en Estados Unidos nadie quiso ir a ver Grindhouse y que acá ni siquiera pasará por el cine, así que De Filias y Fobias sugiere que orienten sus PC y DVD a la segunda opción y disfruten viendo como Tarantino vuelve contento a chuparse el dedo.
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