Para disgusto de fóbicos, egocéntricos, ariscos y asociales en general, desde que un día Adán se despertó y se dio cuenta de que su costilla se llamaba Eva, existe una cosa tan aterradora como apasionante llamada Los Otros. Reproducidos y multiplicados, Los Otros se desparramaron por el mundo y no solamente se contentaron con su singular otredad sino que crearon diferencias más complejas como otras culturas y otras idiosincrasias. Y en este primer día de BAFICI por casualidad me tocaron ver al hilo tres películas con tres maneras distintas de mirar, enfrentar y, algunas veces, darse de narices con lo diferente.
En la primera, Música campesina, un chileno enamorado viaja al sur de los Estados Unidos siguiendo a una nativa, pero la historia le sale mal y queda solo y perdido en tierras extranjeras. Esta mini historia de supervivencia se plantea como la épica de conquista de cualquier inmigrante en tierra extraña. Aunque no pase demasiadas necesidades y siempre tenga abierta ante sí la opción de volverse a su país (se nos hace saber con muchos detalles que el pibe es de clase media instruida), el viajero tiene que enfrentarse y cumplir con cada uno de los tópicos del latino en Estados Unidos: trabaja limpiando y arreglando cosas, tiene que explicar que un chileno no es exactamente lo mismo que un ecuatoriano o un mexicano y se desespera por defenderse en un idioma que no es el suyo y del cual sus hablantes piensan que es el único en el mundo. El escritor y director Alberto Fuguet, sin ninguna bajada de línea grosera, va describiendo los puntos altos y bajos de las dos culturas que se enfrentan y pronto todos nos contagiamos la desolación del protagonista en ese páramo de rubios con rosácea, cerveza, autopistas, comidas rápidas y música country. Sin embargo, avanzada la trama, pacientemente, ambas idiosincrasias se van entrelazando para que, conservando las diferencias pero ya no asustándose una de la otra, terminen conviviendo amistosamente en un sillón destartalado.
La segunda, Amateur, es un documental sobre un dentista entrerriano que tiene un millón de hobbies, pero el principal es ser realizador no profesional de westerns en formato súper 8 casero. Jorge Mario está enamorado del esplendor de la cultura yanqui que veía en las películas de vaqueros de su infancia e intenta emularlas con los recursos que tiene a su disposición. En este documental la cultura extranjera se trasplanta por imitación y consigue un involuntario resultado humorístico parecido a un capítulo de Cha Cha Cha. Ojo, no soy tan tonta, la película en realidad quiere contar otra cosa, el retrato de un megalómano, de un apasionado que intenta conquistar el mundo desde un lugar perdido de Argentina haciendo todas las actividades que tiene a su alcance. Pero también habla un poco del tema que me ocupa hoy, de cómo forjamos nuestra identidad a partir de la visión de los otros y de cómo un aparato cultural como es el cine resulta auténtico en alguna de sus manifestaciones solamente en el lugar donde fue creado.
Por último, esta trilogía baficística termina con Canción de amor. Este es más que nada un documental de observación, que se dedica a mostrar los lugares públicos en los que circulan las canciones románticas en sus facetas populares. Uno tras otros vamos viendo en escenas un poco largas locaciones como bailantas, cabarulos, geriátricos, vagones de subte o micros en los que las canciones ofician de música funcional o excusa de reunión. Kari Idelson parece tener la idea de que a esa música “grasa” le corresponde un público feo y no se esconde en medias tintas para mostrarlo. Nadie es feliz en sus escenas (salvo los novios que bajan de una escalinata fosforescente, quizás, pero hasta en ellos su euforia se ve impostada) y en nada Idelson puede encontrar belleza. Debe ser porque siente que Los Otros que está observando son muy distintos a ella y al público que va a ir a ver su documental, por eso, decide distanciarse, dejar su cámara quieta y exhibirlos un poco zoológicamente como demostración de la tesis que venía pensando. Inclusive, hasta a veces decide recortarlos, mostrar solamente algunas partes de sus cuerpos o de sus ambientes para resignificarlos en imágenes abstractas, como para indicar que hasta en esos lugares un director de cine con inquietudes estéticas puede encontrar un poco de “arte”. En Canción de amor Los Otros no dialogan, se chocan, se miran de costado y se tranquilizan en la diferencia.
Busquen algunas, descarten otras, de estas tres películas tres en las que podemos gritar: ¡Viva la diferencia!
No hay comentarios:
Publicar un comentario