En estos días agita Buenos Aires una muestra que presenta cuerpos humanos momificados a través de un proceso químico y los exhibe en el shopping del Abasto. Body exhibition BS AS pretende ilustrar sobre los secretos que el cuerpo tiene dentro para educar a quienes ignoramos todo sobre anatomía. Los medios, las vecinas, los ascensores claman por la novedad y lo controversial del espectáculo. Pero lo que la mayoría ignora es que una muestra similar tiene lugar, desde hace un siglo, a pasos de su casa: El museo de la morgue judicial.
No es fácil entrar, hay que sortear filtros que eliminan a curiosos y escandalizadores. Pero si se tiene la constancia para hacerlo y se logra convencer a los censores de que el interés es justificado, acompañados por un Virgilio de guardapolvo se nos pueden abrir las puertas.
En lo que era el aula magna de la vieja facultad de medicina, vitrinas muestran en frascos con formol cabezas, torsos, manos y genitales que revelan los daños de muertes violentas. Junto a cada cuerpo (o fragmento) una ficha tipeada en máquina de escribir relata la causa de la muerte. Lo llamativo es que estas descripciones no son, como podría esperarse cuadros clínicos en lenguaje técnico; sino que, sin ahorrar amarillismo, se nos cuenta con lujo de detalles la vida del difunto y las circunstancias de su muerte.
El guía nos explica que se trata en su mayoría de inmigrantes que llegaban solos al país y nadie reclamaba. Entonces, el afán didáctico de un Estado en plena estructuración (el museo se formó entre 1908 y 1920) aprovechó sus cuerpos para educar sobre la moral.
El mensaje que trasmite el museo de la morgue es muy distinto al de Body exhibition. Si aquí en lo que se hace hincapié es en lo material, en el cuerpo como mecanismo, este antiguo museo lo piensa como el continente de las almas.
La organización de las vitrinas dice mucho al respecto. Los suicidas que no supieron quererse, los incautos que no supieron cuidarse, los perversos a los que su entorno o su placer llevó a la perdición, cada uno tienen su espacio. Los inocentes, bebes y no natos malogrados por los vicios paternos, se agrupan por otro lado. Cada una da su mensaje, su enseñanza. Pero todas parecen gritarle al atemorizado espectador que entra a este viaje a la moral de principios de siglo XX su lección de vida: “Quien mal anda mal acaba”.
Bocadillos lúgubres: las estrellas del museo de la morgue.
-Una numerosísima colección de hímenes (intactos!!)
-El sodomita que pagó con sus intestinos no medir bien el palo de una escoba.
- Varios miembros viriles tatuados: un dibujo de una palomita y “buen viaje” muestra uno, “lindo para tu culito” otro más inspirado.
- Gran número de giles: desde el que fue partido al medio(literalmente) por un cartel mientras caminaba por la calle, hasta el que pensó que no necesitaba manopla para agarrar un acero al rojo.
-Un detalle que roza lo poético: junto al torso de un hombre que trabajaba como modelo de arte, se lee que, llamativamente, el cadáver quedó con una agradable expresión en su cara.
No es fácil entrar, hay que sortear filtros que eliminan a curiosos y escandalizadores. Pero si se tiene la constancia para hacerlo y se logra convencer a los censores de que el interés es justificado, acompañados por un Virgilio de guardapolvo se nos pueden abrir las puertas.
En lo que era el aula magna de la vieja facultad de medicina, vitrinas muestran en frascos con formol cabezas, torsos, manos y genitales que revelan los daños de muertes violentas. Junto a cada cuerpo (o fragmento) una ficha tipeada en máquina de escribir relata la causa de la muerte. Lo llamativo es que estas descripciones no son, como podría esperarse cuadros clínicos en lenguaje técnico; sino que, sin ahorrar amarillismo, se nos cuenta con lujo de detalles la vida del difunto y las circunstancias de su muerte.
El guía nos explica que se trata en su mayoría de inmigrantes que llegaban solos al país y nadie reclamaba. Entonces, el afán didáctico de un Estado en plena estructuración (el museo se formó entre 1908 y 1920) aprovechó sus cuerpos para educar sobre la moral.
El mensaje que trasmite el museo de la morgue es muy distinto al de Body exhibition. Si aquí en lo que se hace hincapié es en lo material, en el cuerpo como mecanismo, este antiguo museo lo piensa como el continente de las almas.
La organización de las vitrinas dice mucho al respecto. Los suicidas que no supieron quererse, los incautos que no supieron cuidarse, los perversos a los que su entorno o su placer llevó a la perdición, cada uno tienen su espacio. Los inocentes, bebes y no natos malogrados por los vicios paternos, se agrupan por otro lado. Cada una da su mensaje, su enseñanza. Pero todas parecen gritarle al atemorizado espectador que entra a este viaje a la moral de principios de siglo XX su lección de vida: “Quien mal anda mal acaba”.
Bocadillos lúgubres: las estrellas del museo de la morgue.
-Una numerosísima colección de hímenes (intactos!!)
-El sodomita que pagó con sus intestinos no medir bien el palo de una escoba.
- Varios miembros viriles tatuados: un dibujo de una palomita y “buen viaje” muestra uno, “lindo para tu culito” otro más inspirado.
- Gran número de giles: desde el que fue partido al medio(literalmente) por un cartel mientras caminaba por la calle, hasta el que pensó que no necesitaba manopla para agarrar un acero al rojo.
-Un detalle que roza lo poético: junto al torso de un hombre que trabajaba como modelo de arte, se lee que, llamativamente, el cadáver quedó con una agradable expresión en su cara.