22 de agosto de 2007

Por siempre Mujercitas



(Cuentos, Liliana Heker, Alfaguara) A lo mejor sí existe la literatura femenina, pensamos al leer a Liliana Heker. Hartos de la crítica de género que confunde ética con estética y de hordas de escritoras para quienes Corín Tellado es el Corán y Poldy Bird es Mahoma, quizá quede alguna posibilidad para repensar esta categoría entre ridícula y arbitraria. Con sus cuentos, Heker nos franquea el acceso a un mundo de mujeres reales y complejas donde el imaginario de novela rosa persiste, pero como una lejana banda de sonido, como una zanahoria que moviliza a las protagonistas pero para terminar chocándose de nariz con una realidad sin happy end. En Heker las mujeres etéreas y doncellas revalidas están convenientemente neutralizadas por un baño lisérgico, las Alicias rompen el espejo y, a las Cenicientas, el hada madrina les convierte en zapallo la carroza. Entiende la mirada femenina como una forma oblicua, irónica y compleja de ver la realidad. El suyo es un universo poblado de madres, hijas, amigas, esposas, con el humor cambiante que sólo puede justificar el síndrome premenstrual. Ni buenas ni malas, incorregibles.
Párrafo aparte merecen los cuentos de infancia. Es poco común que la literatura se ocupe de las nenas (obviamente están las de Silvina Ocampo, pero esas son otro tema). Heker nos cuenta a las nenas que eligen sentarse en el último banco y no leer Mujercitas, y las construye con una delicadeza y un sentido de realidad que no puede dejar de conmover a quien fue peinada con trenzas y jugó en el recreo al elástico.
Podemos decir que Heker hace literatura de mujeres como podemos decirlo de Puig. El punto de vista, los discursos, las problemáticas y los personajes femeninos son una excusa donde descansan estructuras sólidas y un astuto trabajo sobre la palabra. Hablan sobre mujeres pero podrían hablar de ingenieros o de húngaros. Eligen disfrazarse con estas ropas para contarnos algo. El atractivo de su literatura no está tanto en las mujeres en sí, sino en la inteligencia del ojo que las mira.

No es por decir pero…
- Ya sabemos, Liliana, que tenés muchos amigos notables. ¿Pero era necesario dedicarles un cuento a cada uno con nombre y apellido?
- “La sinfonía pastoral” cuenta su triste historia desde la sensibilidad de quien acostumbra pagar el gimnasio para ir sólo la primera clase. En el límite de convertirse en un chiste de Maitena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Deme 4!!!